Ayer se entregaron los Premios de la Música Independiente en Madrid, en el teatro Arteria Coliseum, propiedad de la SGAE (y esto no es un detalle menor, como veremos después).
Yo estaba (mínimamente) implicado en el acto porque tres días antes me escribieron proponiéndome entregar un premio. No se trataba de presentarlo con un discursito y demás, sino sólo de subir al escenario, leer los candidatos y el ganador y pasarles el premio. Así que vencí mi natural timidez a hablar en público y dije que sí. Además, varios de mis amigos periodistas también entregaban premios. ¡Buena estrategia la de la organización!: así se aseguraban primero que fuéramos al evento, y después que -como estoy haciendo yo- escribiéramos sobre ello, conociendo los egos de los periodistas musicales 
El premio, un doo-rag diseñado por Olaf Ladousse.
Presentaba Arturo Valls, que lo hizo bastante bien. Tenía un guión con bastantes puntazos y se le vio ágil también improvisando. La ceremonia era bastante informal, afortunadamente, sobre todo porque no había retransmisión televisiva, así que podías salir al ambigú del teatro a pedir una cerveza y volver a entrar con ella. Comenzó con una espléndida actuación del cantaor Curro Piñana, casualmente ganador después del premio al mejor álbum de flamenco. Tuvo coña, porque todos los que actuaron salvo Guadalupe Plata (Piñana, Los Chikos del Maíz, Dolores, La Casa Azul, Los Pilotos) se llevaron algún premio y, vista la tendencia, la cosa le restaba emoción a las categorías en las que había alguien que actuara.
Los premios, cuyos finalistas eran seleccionados por un amplio jurado y luego votados en internet, tuvieron unos claros ganadores: El Columpio Asesino, que aunque no actuaban se llevaron cinco. Nacho Vegas, que no asistió pero pidió dedicar sus posibles galardones al recientemente fallecido entrenador Manolo Preciado, se llevó dos, entre ellos el de álbum del año. (Puedes leer la crónica que Ylenia Álvarez ha escrito sobre la noche). Alguien decía, con cierta maldad, que en estos premios ganaba el grupo que tuviera mejor community manager, movilizando a sus fans para que votaran. La Pegatina, grupo catalán vencedor en la categoría de músicas del mundo, incluso se quejaron de ello al recoger el galardón: “No gana el mejor, sino el que más fans tiene en Facebook”. Un aplauso para ellos por decir eso siendo ganadores ellos mismos.
No tengo pegas que poner al triunfo de El Columpio Asesino, pero personalmente creo que La Casa Azul se merecían haber ganado en alguna categoría más (sólo lo hicieron en mejor álbum de pop). Creo que nadie hace lo que hace Guille Milkyway, y tan bien además.
No hubo demasiadas salidas de tono de las que luego se comentan en twitter. Si acaso el Mariscal Romero, que entregando el premio de heavy, se enzarzó en un farragoso y demagógico discurso sobre el escaso apoyo al metal en España, enlazando con los desmanes financieros de la SGAE y pidiendo que se vendiera el teatro Coliseum, así como el resto de los inmuebles de la sociedad, pues “es nuestro dinero”. Luego salió Antón Reixa, flamente nuevo director de la SGAE y dijo que, efectivamente, se iban a intentar vender todas esas propiedades.
Ah, me gustó lo que dijeron los ganadores de esa categoría, los burgaleses Cronómetrobudú, que con cierta (necesaria) chulería comentaron a los programadores de los grandes festivales que estaban preparados para actuar y esperando sus llamadas para dar “conciertos de rock diferentes” (o algo parecido).
La ceremonia acabó a las dos horas y poco. Eran muchos premios (32) y se alargó un poco demasiado, pero en general estuvo bien, aunque al final la platea estaba un poco desangelada (había sed). Yo, por mi parte, me volví contento a casa por no haberla cagado dando mi premio, el de mejor producción musical, que se llevaron -claro- los pamploneses de El Columpio Asesino.
